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Stella Maris
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Año 2008, 2
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Stella Maris

Revista Umělec 2008/2

01.02.2008

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Conocí a Vera en una fiesta. Nos salvamos del jaleo a una habitación al lado. En el cuarto oscuro sólo brillaba la ventana debajo de la cual yacían en la profundidad los valles luminosos de la calles. Nos sentamos con nuestras copas junto a la ventana encima del precipicio y fue allí donde Vera me habló del capitán J. del barco Stella Maris, de su naufragio, Timela, la esposa del capitán, la dependencia del ansia de belleza y armonía y libertad para todos, del traicionero auxilio del instantáneo karma químico.

Sólo él sabe lo que ha conseguido. Eso creo yo, dijo Vera con aplomo. Luego prosiguió con un sonrisa triste pero serena: Lo que sí no hizo fue el cómic que me había prometido para mi cumpleaños. Sobre un hombre que se salva con las últimas fuerzas de las olas, agotado, pierde el conocimiento y queda tumbado en la arena mojada. Poco a poco va volviendo en sí, empieza a prepararse, ilusionándose con el viaje al interior, para volver con la gente, tan pronto recupere algo de fuerzas. Tras horas o días o semanas de vacilación en la orilla, vuelve a entrar en el mar y se zambulle debajo de la primera gran ola en la parte más profunda. (Solamente encontré un boceto de la primera imagen.)

Era obvio que tarde o temprano su Stella tendría que hundirse. Las cosas no podían seguir así hasta el infinito. En la tapa del cuaderno de bitácora el capitán colocó una vieja foto —el barco que representaba Stella. En la foto se ve enorme y todos los vapores pequeños huyen de él hacia todos los lados — nunca hubiera podido inventar un simbolismo más acertado. Cuanto más deseaba el capitán ser aceptado y comprendido, tanto más importuno resultaba para la vida corriente y también la vida para él. Acabó cansando incluso a sus mejores amigos. Deseaba lo mejor y hacía lo peor — ése era su sentimiento fundamental.

Su esposa Timela no se ha recuperado del choque (ni el viejo jerrycan lleno de la más diversa química que habían comprado juntos, descubierto en una soga detrás del velero, pudo ayudarle a comprender y serenarse; no deja de sufrir y hace cosas desesperadas. ¡Detente! tengo ganas de gritarle. En mi opinión, lo peor para ella son sus frecuentes salidas nocturnas en el velero a los lugares donde todo sucedió. Según ella dice, vela en la oscuridad del sollado, apretando el rostro al endeble fondo del barco. El capitán llamaba a los ahogados definitive seafood. Imagina que es ella la que yace impotente en el fondo marino, bajo el peso de la masa de agua y esperando al primer pez.

Recuerda con dolor los buceos solitarios de su marido. Una imagen permanecerá para siempre en su mente —estaba sólo unos metros debajo de la superficie, suspendido en el agua resplandeciente, ni pesado ni ligero, y en su rostro había una expresión de calma y paz, que no le había visto en largos años. En ese momento él mismo parecía un objeto de su propio deseo.

(Su mesa en el taller — quedó en ella todo cuanto dejó: los juguetes predilectos, balones medicinales, la vaina vacía del cuchillo Scuba, regalo de ella en su cumpleaños, y la cubierta del cuaderno de bitácora. Ella solo agregó la fotografía del naufragio que salió en todos los periódicos.)

Por su cabeza pasa la película de cuanto le contaron los rescatistas: lo vieron un instante después de que lo descubriera el sonar —en la pantalla parecía un Elvis etrusco. Tan cerca estaban que distinguieron claramente cómo flotaba en el agua justo debajo de la ventanilla en el fondo del minisubmarino de rescate.

Más tan pronto giraron la embarcación para poder sacarlo afuera, como si despertara de un sueño, se volteó en el agua la cabeza hacia abajo y se puso a nadar con creciente rapidez hacia lo más profundo, alejándose de la superficie. Abajo, ¡lejos de la superficie!
Se le ocurrió cómo le había dicho una vez en voz baja, completamente ensimismado— “¿Como un cuchillo en el agua?”
Se hundía con la misma rapidez y a ratos relucía, así lo describieron.
Luego lo vieron sólo una última vez cuando el reflector lo iluminó instantáneamente en mayor profundidad, detrás de él la línea de las últimas burbujas.
Después no vieron más que la oscuridad vacía.

Tras un rato de silencio, Vera dijo: Pero yo creo que pudo pasar nadando, que volverá a la superficie en algún lugar del otro lado, llevando en la boca la perla más grande, para no tener que decir ni una sola palabra.
Saldrá a flote en la boca de la Cueva Rosada desde donde se ve en el cielo constantemente la Stella Maris.
Cuando está fatigado, descansa en la Cueva Rosada y el tiempo ya no existe.

Estuvimos largo rato sentados, callando. Después, Vera se levantó, dijo que iba a buscar algo que beber. Permanecí inmóvil en la oscuridad, incapaz de separarme del abismo resplandeciente bajo mis pies y de mis pensamientos.
Yo mismo conozco ese deseo de una estrella pura que brilla y decora otra planta pero quisiera hacer del tiempo un amigo mío antes de abandonarlo.






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