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screenplayRevista Umělec 2008/101.01.2008 John McLaughlin | en cs de es |
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Situado en Chelsea. El escritorio de la recepción en un Sábado. Paredes blancas tan relucientes que se crea un efecto deslumbrador como proveniente de esas películas en las que George Burns hace el papel de Dios. Ninguna obra de arte está a la vista, pero se puede apreciar que hay acceso a vastas habitaciones por todos lados. Una dama pintora de fin de semana se acerca al escritorio y reverentemente ojea una copia del catálogo. “!Simplemente adoro su uso del color!” les comenta a un par de indiferentes jóvenes, una mujer fría como el hielo y un joven desaliñado vestido de traje.
“Voy a la cocina”, le dice el joven a la chica, “¿Quieres algo?” “No gracias.” La pintora de fin de semana los observa temerosa. “¿Cuánto cuesta el libro?” “Cuesta noventa dólares…” le responde secamente la chica. La mujer empieza a abrir su bolso pero la chica continúa “…no está a la venta. La galería necesita todas nuestras copias para obsequiarlas a coleccionistas y a los amigos del artista…” “Dios mío”, dice tristemente la anciana dama mientras la joven sonríe y se voltea hacia la pantalla de su computadora. En ese momento, la puerta se abre e ingresa caminando un hombre. Es difícil calcular su edad, se le nota afectado. Viste una simple camiseta y pantalones de mezclilla maltratados, con fuertes botas negras de trabajo. Parece estar drogado o algo peor. Sobre sus hundidas mejillas, unos lentes negros esconden sus ojos inyectados. Tiene inicios de calvicie. Camina hacia el escritorio y golpea en él con su puño, provocando una mirada molesta de parte de la chica. “¿Se encuentra Antón?”, pregunta. “En realidad, no está”, le responde. “Uh… ¿dónde está?” dice, confundido. “Está almorzando con un cliente”. El hombre da un paso atrás y voltea su espalda hacia ella. Busca en sus bolsillos por unos cuantos segundos y finalmente saca un teléfono celular. Oprime un botón de marcado rápido y pone el aparato en su oído. “¿Dónde estás?” dice después de un momento. “¿Qué? No. Si, aquí estoy. ¿Qué?” se voltea y enfrenta a la chica mientras su rostro se empieza a contorsionar por la ira. “¿ENTONCES POR QUÉ TU PINCHE RECEPCIONISTA ME DICE QUE YA ESTAS ALMORZANDO?”, Grita con toda la capacidad de sus pulmones. Los espectadores se quedan pasmados. La vieja pintora, mortificada, acierta a decir “Eso no fue muy amable”. El hombre le extiende el celular a la chica, “es para usted”. “¿Bueno?” dice ella aterrorizada. “!Está usted despedida!”, se escucha decir la voz de un hombre. “¿Qué? Pero yo…” “¿Sabe usted quién demonios es ese tipo?” “No, no lo sé”. “!Exactamente, no lo sabe! Con eso es suficiente. Recoja sus cosas y lárgese. Queda usted despedida”. La pantalla se obscurece y las primeras notas de la canción “Dirty Deeds” (Actos Sucios) de AC-DC suenan sobre los créditos de apertura. Mientras aparecen, la pantalla se llena de tomas amplias de escenas de galería, una fila de Mercedes negros, filas de vasos en un bar, martillos de remate estrellándose, fuertes trabajadores embalando grandes cajas de pinturas en camiones, todo en fuego rápido, sin permitir al observador absorber completamente la imagen antes de cortar a la siguiente. Extractos de un mensaje de correo electrónico de John Mclaughlin. Todos los nombres o semejanzas son meras coincidencias.
01.01.2008
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