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Porque sí...
Revista Umělec
Año 2009, 1
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Porque sí...

Revista Umělec 2009/1

01.01.2009

Alena Boika | hogar | en cs de es

Una vez Anyuta, una chica estupenda, me trajo para mi cumpleaños un libro titulado “Somos las letritas” (versos de German Lukomnikov, ilustrados por Asya Flitman, 2001). Era muy pequeño, pero los versos y los dibujos cubrían las páginas por completo, sin dejar espacio ni para las dudas. El libro era tan poco usual para Minsk que pregunté a Anyuta dónde se podía conseguir una cosa así de maravillosa. Resultaba que en Moscú “Las letritas” fijaron su residencia en mi escritorio ya que no me atrevía a llevarlas conmigo en la mochila debido a su valor artístico.

Al cabo de un par de años, cuando ya estaba viviendo en Praga en una absoluta incertidumbre, me quejé en mi blog de lo mucho que necesitaba los libros que había dejado en Bielorrusia, sobre todo, los más vivos y queridos, por ejemplo, “Las letritas”. De repente llegó un comentario por parte de Asya Flitman invitándome a visitarla cuando estuviera en Moscú y recibir un ejemplar de “Las letritas”. Y además, me mandó un plano que explicaba muy detalladamente cómo llegar. Leía y releía el plano cuando necesitaba un poco de calor. Todo era exactamente como en el plano: una bella torre de bomberos, un largo muro de un hospital, pequeños senderos y una ventana adonde había que llamar o bien tirar una bolita de nieve. El mundo alrededor parecía estar lleno de los protagonistas de sus obras: las cornejas que estaban de paseo, los perros, los pájaros y los gatos. ¿Qué tiene de asombroso?, me vais a decir. De todas formas, el mundo está lleno de estas cosas: no faltan gatos, perros ni demás cosas poco útiles. Lo asombroso era que de repente todo lo que me rodeaba era vivo, como cuando era una niña. El mundo dejaba de tener contornos bien marcados y costillas duras, y llegaba a ser algo borroso, tibio, soñoliento, acogedor, pensativo y alegre.

Asya vive en un pequeño apartamento de Moscú, tan lleno de cuadros que parece más grande de lo que es (lo mismo pasa con “Las letritas”). Desde su ventana se ve un largo muro del hospital que muy a menudo aparece en sus obras. El cielo se ve poco, por lo tanto, lo está buscando y aparece mucho cielo en sus cuadros. La gente muy a menudo mira al cielo, por ejemplo “Los Locos de paseo” (los que viven detrás del Muro Amarillo del Hospital), “Contemplando los fuegos artíficiales” (la gente vestida de bata blanca está mirando hacia arriba, también viven detrás del Muro Amarillo y no se diferencian demasiado de los Locos, por lo menos los une un deseo muy humano y normal de mirar al cielo, contar las cornejas o contemplar un pájaro rojo. O mirar, nada más.)
Mirar es lo que más le gusta a Asya. Por lo menos, eso es lo que me parece, dibujar viene de su curiosidad, es un efecto secundario de mirar.

Asya cuenta:
...Últimamente, varias veces me preguntaron cómo había empezado a dibujar. Me puse a pensar...
Según me acuerdo, siempre he dibujado, al principio como todos los niños y luego, cuando tenía unos 14 años, una vez de repente vi una toalla colgada en el cuarto de baño, en forma de un cono. Vi y entendí cómo se podía dibujar y la dibujé. Luego empecé a ver las líneas del mundo que me rodeaba y trataba de reproducirlas. Más que nada me interesaban las líneas, luego los movimientos, los movimientos ocultos del cuerpo y la plástica. Fui muy estática y torpe, pero siempre vi y sentí el movimiento y trataba de expresarlo. Estaba estudiando en una escuela que se especializaba en matemáticas y era una mala estudiante, ya que lo que me interesaba no era lo que trataban de enseñarnos. No sabía concentrar mi atención en lo que se nos pedía. No entiendo cómo se puede enseñar algo a alguien, ya que cada uno vive de acuerdo con sus leyes internas.

Me acuerdo de una vez que nos dieron conferencia (de matemáticas, a lo mejor). No tuvo lugar en el colegio sino en un Palacio de pioneros que estaba allí cerca. Allí se daban conferencias y si el ponente era muy relevante, había que traer a muchos niños. La sala era más grande que nuestras aulas y el salón de actos del colegio. El conferenciante, al parecer, era muy distinguido y, por lo visto, estaba hablando de algo importante e interesante. Yo no podía escucharle, no me acuerdo de qué se trataba ni quién estaba al lado, pero sí me acuerdo que dentro de mí se estaba llevando a cabo un trabajo interior. En vez de escuchar y tomar apuntes, estaba dibujando figuras de personas, quería expresar algo con ellas, o, más bien, tenía un sentimiento que quería expresar de forma plástica con una figura lacónica, sin mucho detalle. La figura debía ser como un jeroglífico y expresarlo todo con su postura. Hice varias variantes y poco a poco llegué a la siguiente:
Me acuerdo muy bien de cómo fue este intenso proceso interno y de cómo nació la postura. Debía expresar la tensión, la desesperación, la súplica, la sumisión y la esperanza. En aquel entonces no sabía que existía una postura de oración llamada proskynesis o prosternación. La postura sobre todo expresaba mi sentimiento interno. Me alegré mucho cuando al final salió bien. Guardé aquella hoja de cuaderno. ¡Dios mío, qué mala estudiante fui! ¿Cómo se podía enseñarme algo cuando dentro de mí siempre estaba transcurriendo algo que no tenía nada que ver con los estudios?

¿Cómo se relaciona la vida exterior con la interior?
Es lo que más le interesa a Asya. Observar esta correlación y tratar de expresarla en sus obras es el fundamento de su mundo y de su vida cotidiana. Combina el asombro propio para la infancia y la sabiduría de los ancianos que, en esto estoy de acuerdo con ella, son la gente más estupenda. Asya colecciona sus fotos, las recorta de las revistas viejas y las coloca en un álbum. En cada rasgo de estas caras reconozco la sabiduría, la bondad y la sinceridad de ella misma.

A Asya no le gustaría que escribiera con palabras altas y distantes. Escribiría de ella así:
Un Moscú sombrío. Un cielo pesado y gris. Parece que el día no llega y siempre cae una ligera llovizna. Hace frío. Pájaros mojados se esconden por las cornisas. En el apartamento de Asya hace calor. Todo es muy pequeño, pero hay tantas cosas, cuadros, colores y caras que el espacio se agranda y todo cabe estupendamente. Apenas entras, te dan unas cómodas zapatillas y te llevan a tomar té. El té con hierbas, el queso con agujeros, todo está muy rico. En el cuarto de baño vive una planta y la luz está encendida para ella. La puerta se abre y aparece la cabeza morena y desgreñada de Germán (Lukomnikov, conocido también como Bonifacio, un famoso poeta moscovita). La cabeza pregunta en un tono implorante: “¿Asya, puedo tomar más sopa?” Asya dice que claro que sí, pero hay que dividir las albóndigas dejando para el almuerzo y la cena.

Pensando en Asya recuerdo las palabras de Sasha Sokolov, quien ha escrito que “los rusos somos una nación literaria”. En la casa de Asya todo parece literatura y ella misma es una brillante representante de los intelectuales de verdad, que no son demasiado abstrusos, no tienen el orgullo altanero, ni el complejo lastimoso de “un intelectual en su propia cocina” al estilo soviético, sino poseen una sabiduría y sinceridad que no pueden ser inculcadas de forma artificial.
Asya tiene el don de contar historias. Como una persona que puede encontrar algo singular en lo que sea, en cosas más comunes y corrientes siempre encuentra algo invisible para los demás. La mayoría de sus historias empieza con “Una vez...”. Por ejemplo, cuando una vez tuvo que esperarme mucho tiempo en el coche al lado del metro (yo me retrasaba mucho), estaba observando a la gente salir del metro, todas las piernas que pasaban a su lado. Yo pedía disculpas, pero Asya dijo que lo había pasado muy bien y luego pintó un cuadro “Al lado del metro o 23 piernas”.
Todas sus obras también son literatura. Todas pueden formar historias. A veces las pinta como se pintan las vidas de los santos, cuando la acción se desarrolla cuadro por cuadro. La autora compara sus obras con póster educativos, donde se ve claramente que esto es una sandía y este hombre no tiene prisa. Una de las obras de este tipo es una ilustración de los versos de Andrey Monastyrsky.


Al salir del metro Sokolniki
se puede ir a pie (7-10 min).
(Flechas amarillas).
O bien ir un par de paradas en trolebús
(14, 41, 32)
(flechas naranjas).

Hay que coger el trolebús al lado de una hermosa torre de bomberos
La siguiente parada es “Casa de Cultura Rusákov”, una obra maestra constructivista,
y la siguiente parada será “C/Korolenko”.
Hay que bajar e ir 50 pasos más atrás para cruzar la calle (allí no hay semáforo, así que es para los más atrevidos).
Los menos atrevidos pueden ir 20 pasos más adelante hacia el semáforo
y luego ir hacia atrás por la acera correcta
de una calle grande con autobuses, trolebuses y
tranvías que se llama “Stromynka”.
Parte una calle pequeña que se llama “peq. Ostroymovskaya”
hay que pasarla entera
son como 200 pasos creo.
Toda la acera izquierda la ocupa el muro amarillo del hospital
hay que cruzar a la izquerda junto con el muro, unos 50-70 pasos
y en la acera de enfrente ves mi casa, es rosácea
de ladrillo, de 6 o 7 plantas.
C/B.Ostroumovskaya, Nº 13,
vivo en la planta baja, 20
no estoy conectada al teléfono de abajo
por lo tanto hay que gritarme
(si está apagado el teléfono,
si está encendido el teléfono puedes llamar y salgo).
Mi ventana está en la planta baja
justo en el centro del edificio.
La casa está rodeada de un césped marchito,
lo cruza un caminito de asfalto
que lleva justo hasta mi ventana,
hay que acercarse y gritar: “Asya”
o tirar una bolita de nieve si estamos en invierno
o llamar con un palito
si la ventana no está cerrada.
Si no hace mucho frío
no hace falta ni siquiera gritar sino hablar claramente y te oiré.
Me asomaré por la ventana y te saludaré con la mano.
Entonces vas al otro lado del edificio
y entras en el portal central
y luego a mi apartamento.

Es mejor no llegar por la mañana,
mejor después de las 2 o las 3.

http://npocmo-mak.livejournal.com/2007/01/04/

1.

Un niño va corriendo por la calle y
lleva una vela en la mano.
Hay una rueda rodando delante,
encima hay un caballito.

2.

Los niños están sentados en un banco.
Uno de ellos tiene un barco en la cabeza.
Hay una banderita en el barco.
Al lado hay un pequeño abeto.

3.

Hay una estaca corta clavada
en la tierra.
En la estaca hay una anciana
apoyada en un pie.
Lleva una banderita en la mano.
Al lado, en el suelo,
hay un pájaro tumbado de espaldas.
Tiene un pico largo
y una panza saliente.

4.

Un tren va por el campo,
hay una rueda rodando delante,
encima hay un pájaro.
Hay una cuerda atada al tren
y una campanilla atada a la cuerda.
La campanilla la tiene un pez.

5.

Hay una banderita en el campo.
Al lado, boca arriba, hay un escarabajo
con muchas patas.
Un niño corre hacia él
con un cuchillo en la mano
y una ruedecilla en la cabeza.

6.

En una pequeña colina hay un pájaro.
Viene atado con una cuerda.
Hay un barco atado a la cuerda.
En el barco hay una anciana, de pie,
lleva una banderita en la mano.
7.

Hay una flecha que sale de la tierra
y una cuerda atada a ella.
Viene un niño atado con esa cuerda,
lleva un barquito en la cabeza
y una banderita en la mano.
A su lado hay un pájaro
tumbado de espaldas.

8.

Un hombrecito está de pie.
Tiene una escoba muy grande.
A su lado hay una rata enorme.
De su cuerpo sale una larga
banderita.

9.

En el campo hay una hacina.
Un niño se está deslizando allí.
Al lado hay un banco.
Allí, tumbado de espaldas,
hay un escarabajo con muchas patas.
De su cuerpo sale una banderita.

10.

Una niña está de pie en una colina.
Abajo hay un niño.
Lleva un cubito en la mano
y se lo enseña a la niña.
Una flecha gorda sale de la tierra
detrás del niño.

11.

Un barquito
está en una pequeña colina.
Al lado de la colina
hay una niña
un poco más grande que el barquito.
Lleva un cuchillo en la mano.
Hay una flecha pegada
a la vela del barquillo.
Viene una cuerda atada a su punta.
La cuerda está atada
a un caballito con un carro.
Hay una banderita que sale del carro.

Las historias siempre hablan de personas reales, pero cuando las cuenta con palabras y cuadros le salen Bellas letras en pleno sentido de la palabra.
Los policías y Till. Historias reales:

5.
Una vez a Till lo detuvieron.
De camino Till pidió el carnet al policía y empezó a sumar las cifras del número en voz alta. Al terminar los cálculos, devolvió el carnet y dijo alegremente:
- Sumando las cifras del número del carnet salen 19.
El policía quedó pensativo. Al llegar a la comisaría, cerró la puerta con llave, preparó el té, se quitó el capote y preguntó emocionado:
- ¿Qué significa esto?
- Según libros antiguos el número del carnet de un policía refleja su carácter y destino, - explicó Till.
- Cuéntame qué creencia es ésta, - pidió el policía.
- Es creencia a los números, a la armonía de las esferas superiores y la música. Pitágoras es su profeta, es un griego antiguo. Todo en el mundo se desarrolla dentro de los marcos de la verdad, la armonía y de la bondad. Hasta las hojas de té en la tetera están sometidas a una ley. Cada cosa tiene su número que determina su lugar en el mundo y en la música, y establece relaciones con otras notas, otros números y seres.
- ¿Qué es lo que significa mi número?
- Usted es una buena persona. Tiene un perro grande en su casa. Le gusta el orden. Ha necesitado vivienda y dinero. No le gusta mucho este trabajo. Lo que más le gusta es la música. Le da vergüenza haber hecho a veces daño a la gente.
- Es verdad, - dijo el policía. - ¿Acaso todo está escrito en el número de mi carnet?
- No sé, - dijo Till. – Pero eso dicen los antiguos.
El policía quedó pensativo y tomó más té.
- Quizá cambie de trabajo, - dijó. – Tú pasa por aquí algún día, - y abrió la puerta.

8.
Una vez Till trajo a la comisaría su foto para el pasaporte. Era calvo, con los pelos al lado, una cerilla en la barba, una flor detrás de la oreja, un ramo de flores en el bolsillo de la camisa, una pluma de pájaro y una vela encendida en la mano. El fotógrafo se alegró mucho sacando la foto. Aplaudía y gritaba: “Para el pasaporte, para el pasaporte. Vuelva por aquí.”
En la comisaría todo el mundo se asombró y le dijeron:
- Es una foto artística, y lo que necesitamos es una foto para el pasaporte.
Pero se reían mucho y aceptaron la foto.

6.
Una vez Till encontró un armazón de un cochecillo de bebé. Pasó toda la noche montando en él. Luego se durmió en la calle. El armazón estaba al lado. Por la mañana Till abrió los ojos y vio el cielo azul y escuchó los despertadores sonando de todas las ventanas. Tres gorras de plato estaban inclinadas sobre él.
Los policías dijeron:
- Levántate, tío, hay un incendio.
- Por supuesto, no llevas documentación, - dijo uno en plan burlón.
- No, - dijo Till.
- Por supuesto, no tienes vivienda.
- De momento, no, - dijo Till.
- ¿Serás drogadicto, verdad?
- No, soy inventor.
- ¿Inventor de qué?
- He inventado una máquina se llama “Preguntátrono”, - dijo Till y acarició el armazón del coche de bebé.
- ¿Cómo funciona?
- Si uno no tiene preguntas, sigue su camino, pero si hay preguntas, tiene que acercarse y hacerlas. La máquina lo atrae.
- ¿Para qué sirve?
- Chicos, lo que quiere decir es que nos equivocamos al meternos con él, ¿verdad?
- Sí, - dijo Till.
Los policías empezaron a reírse, se disculparon y se fueron.

10.
Una vez a Till se le acercó un policía y dijo:
- Vamos, te detengo y te llevo a la comisaría.
- ¿Para qué?
- Hoy hace demasiado frío para hacer la guardia.
- Vale, - dijo Till y se fueron.

15.
Una vez Till estaba en una escalera del metro saltando de un peldaño a otro. Llevaba abierto un paraguas muy bonito.
Un policía se le acercó sigilosamente, por detrás. Till lo vio con el rabillo del ojo y empezó a saltar de un lado para otro, como bailando, siempre de espaldas al perseguidor. Al final, Till se paró y el policía lo cogió por los codos. Permanecieron así durante un tiempo. Finalmente, el policía tiró para dar vuelta a Till y ver su cara, pero Till también tiró y el policía siguió a sus espaldas. Entonces, el policía cogió a Till de un brazo y empezó a retorcerlo, esperando a que Till se diera la vuelta. Till, para no hacerse daño, empezó a girar suavemente en torno al policía, como un artista de ballet, y también intentó girar al policía en torno a él, mucho menos suavemente. En ningún momento Till miró al policía y estaba manipulando de forma muy elegante la rosa y el paraguas que tenía en la mano que seguía libre... Parecía que dos amigos se habían puesto de acuerdo y estaban interpretando un baile raro y precioso, algo así como un tango, en trajes de carnaval. La gente se reunió y estaba aplaudiendo. Se reían y gritaban: “¡Bravo!”. Al final el policía retorció tanto el brazo de Till que éste tuvo que dejar el paraguas y caer al suelo boca abajo, cayendo encima del policía. Till sacó papel y lápiz y empezó a dibujar una casita, una jirafa y el sol. La gente preguntó qué estaba pasando. El policía gritó avergonzado:
- ¿No veis que es un drogadicto?
- Tú sí que eres drogadicto, - le dijo la gente.
Entonces el policía fingió que estaba deteniendo a Till y le dijo: “Me llamo Vitya”. Los dos se alegraron y se avergonzaron de la acción realizada, pidieron disculpas uno al otro, se desearon una vida feliz y luego cada uno siguió su camino. Till cerró el paraguas y se subió al tren.


***
Me gustaría terminar con una historia que querría contar sobre Asya, si ella no la hubiera contado sobre alguien más.

Sobre una mujer de la montaña.

¡Una vez en el metro vi a una anciana así!
Llevo muchos años sin poder olvidarla,
era bellísima
primero, era muy guapa.
Georgiana probablemente,
o puede que no
su cara era más bien alargada,
pero lo importante eran los ojos y su expresión.
Hay mujeres guapas
pero es más común
y se ve más a menudo una belleza algo maligna.
Aquella anciana era muy bondadosa
y se daba la sensación de que o bien
venía justo de la montaña
o acababa de salir de un cautiverio muy largo.
En su cara no llevaba ninguna máscara,
ninguna capa protectora,
la gente en el metro y en la ciudad en general
están como en un tanque o detrás de un muro.
En fin – entendéis de qué estoy hablando,
prácticamente todos llevan una máscara de aislamiento,
la combinación de una apertura absoluta con la belleza la dulzura y el asombro
- era algo extraordinario.
Puede que influyera en expresión de su cara el hecho de que
la acompañaba su hijo al parecer
adulto ya.
También era del sur y
sus rasgos un poco se parecían a los de su madre,
pero era muy común,
no muy guapo,
con máscara de aislamiento.
A lo mejor acababa de venir de su pueblo lejano
para ver a su hijo que había abierto camino.
Él se enfadaba con ella,
era algo increíble.
No vale la pena enfadarse con un ser tan manso y tan bello
aunque sea la madre de uno,
pero el sí que pudo enfadarse.
Yo estaba sentada enfrente,
no podía apartar la mirada,
le sonreía a ella,
quería decirle
- no se apene por lo de su hijo-,
y decía mentalmente
¿qué más se podía hacer?
Me gustaría verla siempre.

***
En la tradición rusa a la gente como Asya se le llama “un hombre de Dios”. Muchas cosas que le han pasado son experiencias de emociones y revelaciones profundas. Como no estoy segura de que todas estas cosas han de ser publicadas, os remito a sus diarios. (RU)

http://npocmo-mak.livejournal.com
http://odnajdy.livejournal.com, y demás.




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