La lengua está plagada de prefijos “post”: post guerra fría, postcomunismo, postmoderno, post colonial, post nacional… Los Blogs personifican comunidades del “post” que juntas determinan todo lo que estará de moda para la nueva revolución, ofreciendo una falsa realidad a la que se accede democráticamente y en la que se practica colectivamente. Incluso el despilfarro es “contenido post consumista” en los productos biológicos, transformando la idea de sostenimiento en objetos deseados. ¿Pero qué nos queda si no estamos conectados? Si el “post” -el “después”- es un sucedáneo de la existencia en donde la cultura de consumo y el mundo virtual son substitutos seductores de la vida real, ¿cómo podemos aceptar la realidad de nuestras posiciones que decididamente no son más que ideales culturales, sociales, políticos e incluso materiales? ¿Cómo podemos responder a la precariedad de lo que amenaza con convertirse en un momento post democrático? Golpeados por una existencia surrealista que los obliga a moverse por lugares donde es frecuente el reemplazo de hogares, lugares de trabajo y comunidades, un grupo de artistas establecidos en Nueva York ha encontrado la manera de crear un trabajo sorprendente utilizando parámetros inesperados. Caóticos, humorísticos y astutos, los trabajos de David Ellis, José Enrique Krapp y Phoebe Washburn, comparten una estética destartalada que es tan pícara como precaria. Cuando trabajan improvisan reflejando estrategias de supervivencia para tiempos inciertos. Cada día los tres utilizan materiales que exploran la dicotomía entre derroche e inutilidad, y los unen prosaicamente con medios mecánicos resistentes a la noción anticuada del artista como genio a favor del artista constructor o manitas. De todos modos, lo que destaca realmente es su exploración compartida de lo que me gustaría plantear como los paradigmas básicos de la experiencia del espectador: - espectador pasivo, obra activa - espectador activo, obra activa - espectador activo, obra pasiva Desde que la presencia de una audiencia es fundamental para cada una de las obras de los artistas, dejaremos a un lado la aburrida -y gracias a Dios- irrelevante cuarta categoría del espectador pasivo, obra pasiva. Buscando el compromiso de la audiencia más que un producto comercial, de manera convincente nos ponen frente al reino de lo real. Aunque las series Trash Talk de David Ellis parecen encontrarse en la categoría de espectador pasivo-obra activa, en realidad evocan las batallas verbales a menudo ferozmente cómicas, más conocidas fuera de la comunidad afro americana a través de su forma más baja y anticuada con los chistes de “Yo mama” (Yo mama calza botas de combate; ¿ah sí? Bueno yo mama…). La obra The Dozens, ofrece un nombre alternativo a este tipo de luchas callejeras pacíficas. El título de las series (Trash Talk1) es también un juego de palabras en la medida en que esta obra es literalmente un enorme montón de basura: carritos de compra viejos, botes de pintura, cajas de cartón y plásticos de embalaje, paraguas rotos, palos de madera y cualquier cosa que tenga buena pinta cuando Ellis recorre las calles del distrito de la galería Chelsea en busca de materiales artísticos. Mientras hurga, encuentra objetos que podrían tener una resonancia emocional y sónica. Este trabajo implica ensuciarse y también una gran inversión en tiempo real y en esfuerzo, así como una relación íntima e inusual con materiales que para las galerías de arte son desperdicios. Este enfrentamiento con la realidad de los desperdicios que resultan del mercado del arte consumista, le permite utilizar unos medios únicos para explorar las estructuras y los mecanismos de este mundo, y en vez de quedarse observando su bonita cara exterior, escarba hasta su parte más profunda. Es así que su arte se convierte en una expedición, una odisea, en algo auténtico con lo que llenar el vacío de la vida virtual en su anterior significado, en el que lo virtual es algo que realmente existe, pero no en la realidad actual. También constituye un cambio por lo que respecta a su práctica paralela, el arte del graffiti. Mientras que el graffiti lleva el arte a las calle y moviliza la estructura urbana, en The Dozens, Ellis trae la calle a la galería y lo llama arte. Sin embargo, nada de todo esto implica que el rol de The Dozens sea el de un actor grosero invadiendo el impoluto espacio de la galería Roebling Hall de Nueva York. Como si se tratara de un niño prodigio loco y sin hogar que se obliga a ir a una gala de arte estrambótica, la obra está desparramada desordenadamente por la galería, aunque por suerte no apesta. Mientras camina, el espectador es abordado por una cacofonía de golpes bruscos y estrépitos insolentes, a la vez que el montón de basura cobra vida en calidad de adversario entrecortado, iniciándose así una lucha entre ellos en la que intentan hacerse callar a gritos el uno al otro. Escondidos tras el montón de basura hay trozos mecánicos de pianolas que han sido cuidadosamente calibrados en colaboración con el compositor Roberto Lange para crear una percusión musical abstracta con un ritmo marcadamente funky, que parece que diga “This is the shit2”. Impura hasta el extremo, la escultura nos encandila por su golpe de fuerza de complejidad técnica, y también por su ataque auditivo y visual, creando un instrumento para nuevos enfoques acerca del medioambiente, y posibilidades creativas para un esfuerzo intelectual y de supervivencia en un mundo irremediablemente degradado. José Enrique Krapp hace máquinas de supervivencia, pero nunca las confundirán por las máquinas para vivir de Le Corbusier. Extravagantes hasta lo absurdo, en cierto modo son una mezcla de fuerte infantil de patio trasero y de cabaña apartada de psicópata en medio del bosque. Para él son como puñaladas de broma que lo preparan para cualquier calamidad que pueda arrojarle la vida, con la plena conciencia de que una calamidad, en parte se define precisamente como el resultado trágico de la falta de preparación. La seguridad es una ilusión imposible, pero ¿por qué no divertirse durante el camino? Sus elecciones sobre qué incluir en sus carretillas están motivadas por una combinación entre sentido práctico y banalidad, reflejando un punto de vista idiosincrásico de lo que es útil. Linternas y depósitos de oxígeno están amarrados a los lados, pero también hay pelotas de goma y recipientes para barajas de cartas. Hay compartimentos especiales construidos cuidadosamente para cigarrillos y botellas de whisky, y un asiento de madera con forma de cubo revela su utilidad secreta como nevera de cervezas al levantar la tapa. Aunque seamos activos y la obra sea pasiva, este trabajo crea oportunidades para la comunidad; podemos compartir una copa o un pitillo con el artista, o bien llevarnos sus máquinas, que sin duda alguna no son como las de Le Corbusier para dar un paseo. Aunque nos golpee la tragedia, incluso podemos gravar nuestras últimas confesiones con el micrófono y la grabadora que se nos proporcionan. Por lo menos hasta que venga la próxima persona y de manera inconsciente borre para siempre nuestras voces cuando grave la suya encima de la nuestra, tal y como sucede en An exercise in confessional practice: No one ever knows… 2007. La absurdidad e inutilidad de la obra de Krapps puede interpretarse como algo negativo y nihilista, pero en cambio es más productivo pensar que las obras son oportunidades poco comunes para que jueguen los adultos. Puesto que la obra actúa en el reino del arte, los mayores se pueden permitir distraerse como si sólo lo hicieran para participar en la intención del artista. Por lo tanto, los trabajos no son meramente el resultado de un empeño creativo, aunque invitan a ello y crean las condiciones para un auténtico compromiso personal de aquellos que sólo se obtienen cuando se está predispuesto a ello. En la obra de Phoebe Washburn podemos encontrar desde parajes fantásticos que seguramente nunca fueron manipulados y materiales que otrora fueron comunes, hasta sistemas de producción, consumo y despilfarro en pleno funcionamiento. La artista nos da un paseo salvaje a través de un paisaje en cierto modo familiar pero aún inexplorado. Al igual que Ellis, Washburn dedica mucho tiempo a recolectar materiales para su exposición, que incluye artículos como cajas de cartón utilizadas para empaquetar y guardar objetos como pinturas pasadas de fecha (que no eran exactamente del color deseado) y otros cachivaches. Al igual que el Krapp, su trabajo posee algo de imaginación infantil, en el que el trabajo creado no tiene ninguna otra función que la de proporcionar satisfacción y la creación de un espacio para ocupar como en la obra: Nothing’s Cutie, 2004. De todos modos, su trabajo posee tal fuerza que al principio casi no se pueden reconocer los materiales que han sido transformados de manera tan drástica, y en su lugar nos vemos abrumados ante el tremendo impacto físico y emocional de las exposiciones. En su exposición más reciente, Tickle the Shitstem, 2008 (galería Zach Feuer de Nueva Cork), Washburn va más allá creando un tipo de sistema de fabricación que genera mucho desperdicio. La obra es un golpe de fuerza de productividad falsa e industrialización falsa como en los dibujos animados. Mientras vemos cómo lava y destiñe viejas camisetas de colores elaborando una bebida nauseabunda con el agua que sobra, nos invitan a un trago del mismo producto y a bebidas ligeras y coloreadas, para así hacer botellas que sirvan de recipientes para el curioso brebaje de Washburn. Si dejamos a un lado el sistema que utiliza y tenemos en cuenta su función, veremos que se trata más de un lugar del que no se puede apartar la vista y un sitio para el vagar de la mente y no del medio con el que se manufactura un producto inusual. Aquí, tanto el espectador como la obra son activos, pero el propósito de tal actividad es aún bastante dudoso. Llevando a cuestas la historia de la oposición entre sistemas políticos socialistas y democráticos, llegamos a un lugar en el que las esperanzas de ambos sistemas están en desacuerdo evidente y la idea de unirlas es un campo de minas, tanto en el sentido figurado como en el real. También el arte ha sido obligado a posicionarse política y socialmente; ya sea produciendo cínicamente artículos para el mercado, o apoyando o criticando, una política específica, un régimen, una situación o un conjunto de convenciones, -nunca cesan de invocar al arte para que apoye o se oponga a algo-. De todos modos, la única contribución hecha por el grupo de artistas formado por David Ellis, José Enrique Krapp y Phoebe Washburn ofrece una alternativa, quizás al conservar la anticuada noción modernista de que la estética pertenece a su propia esfera particular, protegida del valor de su utilidad, e incluso (o especialmente) a nivel ideológico, las obras crean un espacio para la imaginación y el juego, donde los objetivos no son ni las fuerzas de mercado ni la necesidad de lanzar un producto. Recuperar y rehabilitar la experiencia estética como una experiencia de libertad real y autenticidad, se convierten en la meta del arte por encima de su resultado, y por lo tanto es una arma poderosa en la lucha para una existencia honesta. 1 La expresión Trash Talk significa hablar de manera vulgar, pero si la traducimos directamente obtenemos: charla basura. 2 Esta expresión es utilizada en slang (argot) y significa algo así como: “esto es la hostia”
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